El dragón finalmente se rindió. Nadie nunca lo habría imaginado. La población de la ciudad sitiada por veintitrés días estaba indefensa a merced del monstruo gigante que lanzaba sus bocanadas de fuego durante todo el día. Sin embargo era un seductor y el pueblo, un desmemoriado. Cada mañana apenas repuntaba el alba abría su boca y despedía una llamarada tan tenue que lo único que alcanzaba a la región era el enternecimiento del cielo donde, como juegos pirotécnicos en cámara lenta, explotaban colores en contraste que danzaban en el aire. Una plétora de colores que pasaba en breves segundos de un anaranjado insípido al más intenso posible. Se levantaba desde la montaña oriental y lograba seducir a los moradores que observaban extasiados casi hipnotizados el festival de luz. Pero el júbilo duraba solo minutos. Parece que recordaba su naturaleza bestial. Tomaba aire y dejaba escapar fuertes llamaradas que comenzaban a descender sobre la región violentamente pero que lograban ser amainadas sólo por la distancia casi eterna que existía entre ellos. De su fuego abrasador apenas llegaban unos hilos etéreos que rozaban la piel de los moradores y enseguida lanzaban quejas constantes contra él anhelando el día que no despertara más, olvidando momentáneamente que su sueño permanente los destruiría.
Los humanos somos tan contradictorios como los dragones. Saludos
ReplyDeleteGracias por leer y comentar. Saludos.
Delete¿Metáfora del clima de nuestra ciudad? Calor de fuego, llanto de lluvia, nuestras montañas y atardecers.
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