Arturo, su mejor amigo, un día llegò con tres manos. Su nueva mano no era natural. Era un mecanismo cuadrado, ovalado o rectangular de pasta dura, del color de la piel y bien acabado que se sujetaba a la mano derecha o izquierda a gusto del usuario. En su palma había un cristal casi irrompible que servía de interacción con su dueño. La mano era su ayudante. Ella cantaba, hablaba, mostraba los últimos espectáculos de la faràndula o deportivos, informaba los acontecimientos locales o mundiales. Al principio los que manejaban muy bien la mano, los ricos y los que se sentìan poco talentosos, compraron una. Pero con el transcurrir del tiempo la mano se harìa popular, al alcance de todos. "Tener una tercera mano es imprescindible" anunciaron los medios. Cada día deslumbraba con todos sus nuevos y útiles trucos. Ahora no sólo cantaba o hablaba. Era capaz de dibujar, tocaba toda clase de instrumentos. Enseñaba en cinco pasos cómo interpretar una canciòn en cualquiera de ellos. Parecer un fotògrafo profesional era muy fácil. Solo bastaba con dos órdenes que se le diera sobre una foto y esta mostraba sus mejores colores y estilos. La última versión de la mano permitía que unos y otros interactuaran aún sin estar presentes. Todo indicaba que la ubicuidad sería posible. Parecía que viniera de otros mundos. En un principio, algunos se opusieron a ella y la satanizaban pero fueron persuadidos con el transcurrir del tiempo y sucumbieron.
Gracias por compartir tus relatos.
ReplyDeleteHola Carlos. Gracias `por compartir tus relatos. Espero que puedas entrar en mi blog y también comentar.
ReplyDeleteLa idea es fantástica. Me quedé esperando algo más al final. Lo de la ubicuidad abre una puerta de experiencias insospechadas...
Vaya señalamiento a la dependencia de objetos externos a nuestra naturaleza que anulan nuestros talentos.
ReplyDeleteGenial la frase de entrada. Quedas atrapado en la historia inmediatamente.