Tuesday, June 9, 2015

Leo

Leo, mi gato, parece triste. Clara, mi esposa, está preocupada porque està convencida que Leo está triste. Yo estoy desesperado porque me incomoda que Clara sienta dolor. Suficiente tristeza nos causó la noticia de su esterilidad. Cuando adopté a Leo, logré anestesiar el dolor que le ha causado nuestra incapacidad reproductiva. Lo hemos probado todo y nada ha funcionado (no lo digo en pretérito perfecto porque aún me queda un hilo de esperanza). Clara adora a Leo. Esta última semana se ve aburrido, cabizbajo. Hace una semana cumplió un año. Tal vez dejò de ser un niño. Los gatos envejecen mucho más rápido que los humanos pero no creí que el mío envejeciera tanto. Luce cansado y gruñòn. A principios de esta semana dediqué todo mi tiempo y fuerzas para jugar con èl y demostrarle a Clara que sòlo era una falsa alarma. Me tiré al suelo para quedar a su altura pero lo ùnico que logré fueron tres rasguños en mi brazo derecho y su enclaustramiento por tres horas. Al dìa siguiente desempolvè todos los juguetes que le compramos durante este primer año: ratones de fique, plumas amarradas a un extremo de una caña de pescar de plàstico, un oso de tela de mala calidad comprobada evidentemente después de que el consentido felino le destrozara las patas y la cabeza en menos de una semana, un cilindro achatado con un motor interno que al accionarse da vueltas de forma centrìfuga mientras que  tres varas de plastico adheridas a él sostienen tres plumones color pastel, el cual yo intuìa que le divertiría a montones, tal vez por lo avanzado de su tecnologìa ya que funcionaba a control remoto y que yo manejaba a mi antojo mientras leía un libro o estaba sentado en mi computador. Nada funcionò. Se me ocurrió que lo mejor serìa actualizar su jugeterìa. 
Con una sonrisa y un semblante estoico mientras Clara me buscaba la  mirada, pero victima de una aflicción interna, busquè en Google lo nuevo en diversiòn para mascotas. Después de un buen rato dando click aquí y allá, llegué a Walmart en linea y encontré unos insectos electrònicos muy reales, parecidos a cucarachas delgadas y grandes pero de colores vivos que lograban disimular la repugnancia que pueden producir las reales. ¡Dos dòlares! Ese era su precio.  
El fin de semana siguiente visitè la tienda de mascotas más grande y lujosa de mi ciudad que está ubicada en un sector de ricos, convencido de que ahí los encontraría. "¡Hedonista!" pensaba mientras conducìa hacia la tienda, "Hemos convertido a Leo en una creatura hedonista."
Un minuto después de haber entrado a la tienda los encontrè. Estaban en la sección de importados como lo esperaba. Eran idénticos a su anuncio en internet. Lo ùnico que cambiaba era el precio. Cada uno costaba veinticinco mil pesos. Cinco veces màs que el precio anunciado en linea. Maldije el mercado y todos sus carroñeros pero no había otro remedio. Me consolé tratando de recordar las buenas crìticas del producto. Ademàs la empresa que los manufacturaba listaba un sinfín de beneficios psicomotrices para nuestro minino. Después de mi auto lavado cerebral, compré dos. La intención era mantener a nuestro gato ocupado y feliz como lo fue en su primer año. Cuando lleguè a casa y le contè a Clara, sus ojos brillaban de felicidad. Esto era una buena señal, pensé. Puse a los bichitos a caminar por toda la casa. Esperè la reacciòn de Leo por un minuto. Peresozamente se acercó, los olió, lamió uno de ellos, puso su pata encima de él y se alejó despacio. Despuès de cinco minutos los apaguè. Esperè media hora màs e intentè de nuevo pero no hubo reacciòn. "¡Qué exigente!" pensé esta vez. Intenté toda la noche. Leo salió una vez más, los olió, me miró, echó sus orejas hacia atrás como comunicándome algo que no intuí, se acostó al lado mío y se quedó dormido. Me di por vencido. Clara me miraba con rabia y frustración. No discerní si sus sentimientos eran hacia mi o hacia Leo. No era mi culpa, pensaba. No hablamos en toda la noche, ni hubo reproches. 
El Lunes, al volver del trabajo, abrí la puerta y Leo corría desde la sala hasta nuestro cuarto sin parar. Llevaba entre su boca algo pequeño, amarillo y sucio. Cuando intenté acercarme arrancó a correr de nuevo esponjando su cola. Actuaba como si creyera que le iba a robar su "presa". Se metió debajo de la cama y no salió por media hora pero podía adivinar que lo masticaba y lo saboreaba. Se divertía con su nuevo juguete. Clara me miraba con asombro. "¿Ya viste de qué se trata?, ¿Es uno de tus insectos?, ¿Funcionó?" me preguntaba con una sonrisa que colindaba con sus orejas. No sabía pero lo averiguaría al final del día cuando se descuidara mientras comía o iba a su arenero. Cuando se quedó dormido en el sofá de la sala, saqué su nuevo juguete que permanecía debajo de la cama.
Todavía me cuesta comprender porque Leo le había dado tanta importancia a un pedazo de latex amarillo y sucio que la semana pasada había sido un globo que recogimos en una promoción de teléfonos celulares en un centro comercial.
Vendo dos insectos coloridos, electrónicos y modernos. Los dejo a mitad de precio.

4 comments:

  1. Me ha encantado tu espacio
    es bello
    Tu forma de escribir simple y maravillosa
    Tienes magia muchacho

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  2. gracias por tu comment en RECOMENZAR

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  3. gracias por tu comment en RECOMENZAR

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